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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE SINGAPUR
ANTE LA SANTA SEDE
*

Jueves 18 de diciembre de 1986

 

Señor Embajador:

1. Es un placer para mí el que este encuentro, en el que usted presenta las Cartas Credenciales que lo designan Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Singapur, tenga lugar pocas semanas después de mi breve visita a su País. Tuve, en esa ocasión, el gusto de conocer a su Presidente, el Excelentísimo Señor Wee Kim Wee, y al Primer Ministro, Señor Lee Kuan Yew. Sentí la calurosa bienvenida y hospitalidad de vuestro pueblo, y tuve la oportunidad de visitar la joven y vibrante comunidad católica de Singapur, que se esfuerza en trabajar con entusiasmo para lograr el bienestar de toda la comunidad civil en paz y armonía. Por todo esto doy gracias a Dios Todopoderoso y expreso mi cordial estima y gratitud al Gobierno y al pueblo que usted representa.

Le doy la bienvenida, Señor Embajador, y le garantizo que la Santa Sede desea colaborar plenamente con su País en el mantenimiento y fortalecimiento de los lazos que nos unen, promoviendo la paz y el desarrollo en el mundo por medio del respeto a los Derechos Humanos y de una solidaridad con las aspiraciones pacíficas de todos los pueblos y naciones.

2. Singapur constituye un ejemplo muy significativo de personas procedentes de distintos ambientes étnicos, culturales y religiosos, que se reúnen para construir una nación sobre la base de una concordia y colaboración mutuas. Siguiendo este camino con justicia y tolerancia, su pueblo expresa eficazmente una convicción que manifesté así en el Estadio Nacional de Singapur durante mi reciente visita: «la paz requiere la justicia, una actitud que reconozca la dignidad, la igualdad de todos los hombres y mujeres, y un compromiso firme de procurar, asegurar y proteger los Derechos Humanos fundamentales de todos» (Homilía, 20 de noviembre de 1986: L’Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 30 de noviembre de 1986, pág. 6).

Al seguir este camino, las pequeñas naciones también desempeñan un papel importante en favor de la paz mundial. Con su ejemplo pueden mostrar que la paz es posible y que es vital para el desarrollo económico y social de los pueblos. Por lo tanto, hago votos para que la República de Singapur continúe prosperando y para que todos sus ciudadanos disfruten de la libertad en orden a servir a Dios y a sus prójimos con bondad y verdad.

3. La Iglesia Católica, y también otras Comunidades religiosas, pueden dar su aportación fundamental a la causa de la paz, precisamente porque se preocupan de las realidades espirituales de la vida humana. Ayudan a las personas a crecer en el amor a Dios y al prójimo. Como declaré también durante mi visita: «La verdadera paz comienza en la mente y en el corazón, en la voluntad y en el alma de la persona humana. Por ello dimana del genuino amor de los demás. Es realmente justo decir que la paz es producto del amor cuando la gente conscientemente decide mejorar sus relaciones con los demás, realizar todo esfuerzo por superar divisiones y malentendidos, y, si es posible, incluso llegar a ser amigos» (ib.).

Conservo vivos los recuerdos de mi contacto con la Iglesia en Singapur. Me agrada el que la comunidad católica, aunque constituye sólo una pequeña parte de la población, esté activa en los servicios educacionales y de asistencia social y contribuya de muchas formas a la vida de la Nación. Conozco el inmenso cariño que el clero, los religiosos y los laicos tienen a su País y cómo desean contribuir a su felicidad.

Señor Embajador: al comenzar su misión, invoco la bendición de Dios sobre usted. Le garantizo mi buena voluntad y le ruego que transmita mis cordiales saludos al Presidente Wee. Que Dios bendiga abundantemente su País.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 1987 n. 1, p.10.



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