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PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A COLOMBIA

CEREMONIA DE BIENVENIDA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Aeropuerto Internacional «Eldorado» de Bogotá
Martes 1 de julio de 1986

 

Señor Presidente,
amados hermanos en el Episcopado,
autoridades,
queridos hermanos y hermanas:

1. ¡Alabado sea Jesucristo!

Vengo a vuestro noble país, amado pueblo de Colombia, como Mensajero de Evangelización que enarbola la cruz de Cristo, deseando que su silueta salvadora se proyecte sobre todas las latitudes de esta tierra bendita.

Acabo de besar el suelo como signo de consideración al país y como señal de afecto a todos y cada uno de sus habitantes. Es un gesto de adoración al Creador [cf. Sal 95(94)], de respeto, lleno de admiración, hacia el mundo creado por Dios (cf. Sal 8,4),  quien en estas regiones ha sido tan pródigo en derramar sus dones; es además, una expresión de simpatía hacia todos los amados colombianos, a quienes desde el momento de mi llegada quiero abrazar, con este “ósculo santo” (cf. 1Ts 5, 26), en Cristo Jesús.

Esta tierra privilegiada acogió con cariño filial, hace ahora 18 años, a mi predecesor de inolvidable memoria, Pablo VI, quien el 23 de agosto de 1968 llegó a esta ciudad de Bogotá, para presidir las celebraciones del XXXIX Congreso Eucarístico Internacional e inaugurar aquí la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Vosotros evocáis ahora, sin duda, con gratitud y alegría aquel gran acontecimiento eclesial que fue el primer encuentro del Vicario de Cristo con este pueblo y este continente.

2. Esta segunda visita de un Papa a Colombia constituye un nuevo eslabón, altamente significativo, que se añade a la cadena de vuestra ya larga historia religiosa.

He acariciado desde hace tiempo el deseo de visitaros y me siento feliz al ver que finalmente mi esperanza se hace hoy realidad: estoy en medio de vosotros para orar en común, para celebrar comunitariamente nuestra fe y meditar juntos la palabra de Dios. Quiero ser sembrador de las enseñanzas de Jesús, de la doctrina perenne de la Iglesia, en esta ciudad capital y en las otras ciudades y lugares que, con la ayuda de Dios, me propongo visitar. Mi deseo es sentirme y que me sientan cercano todas las personas de cualquier clase o condición, pero particularmente los que sufren, los pobres y los más abandonados, si bien mi corazón está abierto a todos, según la expresión del Apóstol San Pablo: “Me hago todo para todos, para salvarlos a todos. Todo lo hago por el Evangelio” (1Cor 9, 22-23). 

Desde cualquier punto donde me encuentre, mi palabra se dirigirá a todos los colombianos, a todos y cada uno de los sectores del Pueblo de Dios que peregrina en esta tierra. Vengo a compartir vuestra fe, vuestros afanes, sufrimientos y esperanzas. A todos vaya, desde este primer momento, mi saludo eclesial y mi bendición. Sí, pasaré por todas partes bendiciendo, porque sé que vosotros, como todos los hijos de este amado continente latinoamericano, estáis convencidos de que la bendición es expresión connatural de la actitud religiosa, de la proximidad de Dios que efunde su infinita bondad en todos los corazones.

3. Como una respuesta que brota de lo íntimo del corazón, he acogido gustoso la amable y reiterada invitación a visitaros que me hicieran tanto el Señor Presidente de la República, como vuestros obispos.

Reciba usted, Señor Presidente, mi más deferente saludo, as como la expresión de mi gratitud por su invitación a realizar esta peregrinación apostólica y por sus amables palabras de acogida cordial. Saludo también y agradezco su presencia a las demás personalidades aquí congregadas: miembros del gobierno, magistrados supremos, altos jefes militares, Cuerpo Diplomático y autoridades locales.

Colombia, país que se distingue por su cultura, por su nobleza de espíritu, así como por su fe en Dios y por sus ideales cristianos sigue mirando hacia adelante con el propósito de afianzar sus valores y consolidar su empeño por el ansiado don de la paz, de la auténtica paz cristiana que es fruto de la justicia, del respeto mutuo y, sobre todo, del amor, el cual debe reinar entre todos los ciudadanos, hermanos entre si e hijos de Dios. Pido a Cristo, Príncipe de la Paz, que bendiga todos los esfuerzos que Colombia está llevando a cabo para lograr la paz que anhela y que está pidiendo con clamor lleno de esperanza.

4. Saludo con afecto a los amadísimos hermanos en el Episcopado, a los sacerdotes, religiosos, religiosas, catequistas, laicos comprometidos y a todo el pueblo colombiano que, a lo largo de los siglos, ha dado tantas muestras de aquilatada fe y amor a Dios, de veneración filial a la Virgen María, de fidelidad a la Iglesia católica, de adhesión sincera al Sucesor de Pedro.

5. Sé que vuestra nación ha sido probada en los últimos años por duros acontecimientos de diverso orden, que han hecho recaer sobre sus habitantes desgracias y dolores a veces inenarrables. Pero sé igualmente que, por la gracia de Dios, vuestro ánimo no ha desfallecido y mantenéis muy alta la esperanza y la decidida voluntad de luchar contra las adversidades, incrementando el esfuerzo personal y colectivo de superación constante, de progreso auténtico y de pacífica convivencia social, inspirándoos en vuestra fe cristiana y en vuestros nobles ideales patrios. Tengamos la certeza de que a cuantos saben aceptar, enfrentar y superar la prueba, les aguarda la recompensa prometida al sacrificio. Dios está siempre con vosotros.

Así, con la confianza puesta en el Señor, sintiéndome, por mi parte, junto con los obispos colombianos, hermano vuestro y Pastor de vuestras almas, mirando e invocando a la Virgen de Chiquinquirá, cuya imagen, renovada hace cuatrocientos años, vamos a venerar en su santuario nacional, doy comienzo gozosamente a mi peregrinación apostólica. Desde este momento el Papa se pone en marcha “con la paz de Cristo, por los caminos de Colombia”.

 



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