DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE AUSTRALIA ANTE LA SANTA SEDE*
Lunes 31 de octubre de 1988
Señor Embajador:
Me agrada aceptar de Su Excelencia las Cartas que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Australia ante la Santa Sede. Al darle mi afectuosa bienvenida, también quiero agradecerle los saludos cordiales que me ofrece del Gobernador General, del Primer Ministro del Gobierno y habitantes de Australia. Le pediría que amablemente les devuelva estos buenos deseos. Al mismo tiempo le aseguro mi oración continua por la armonía y prosperidad de todos los ciudadanos de la Commonwealth de Australia.
Es un motivo especial de alegría el darle la bienvenida, Señor Embajador, en el año en que Australia está celebrando el bicentenario del establecimiento allí de los europeos. Este acontecimiento histórico es una ocasión para recordar con satisfacción cuán prósperamente gentes de diferentes raíces étnicas, religiosas y culturales, han trabajado en los últimos dos siglos por construir una nación prospera y amante de la paz. Como habéis seguido este camino con justicia y con respeto mutuo, habéis dado testimonio verdadero de que «la paz es fruto de relaciones justas y honradas en todo nivel de la vida humana, incluyendo los niveles sociológicos, económicos, culturales y éticos» (Discurso al Cuerpo Diplomático de Canberra, 25 de noviembre, 1986). Tengo ferviente esperanza de que esta celebración del bicentenario servirá para fortalecer los lazos de comprensión y cooperación entre todos los grupos étnicos que forman la sociedad australiana.
Como ha subrayado Su Excelencia, Australia y la Santa Sede tienen muchos fines comunes en el contexto actual de los objetivos internacionales. La Santa Sede desea colaborar plenamente con su País, y con todas las naciones, en la causa de la paz del mundo, en la promoción del desarrollo integral y en la defensa de los Derechos Humanos de cada individuo, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural.
La Iglesia se dedica a esos esfuerzos en nombre de los miembros de la familia humana porque están unidos estrechamente a su misión primaria en el mundo: la proclamación del Evangelio de Jesucristo. En el momento actual de la historia, se siente obligada a realizar esfuerzos especiales para llevar adelante la causa de la paz. La paz verdadera comienza en la mente, en el corazón, en el deseo y en el alma de la persona humana. Y procede del genuino amor a Dios y al prójimo, un amor que se demuestra en la práctica, y que pone todo su esfuerzo en la superación de prejuicios, divisiones e incomprensiones.
En esta tarea, la Diplomacia juega un papel clave. Y por esto agradezco a Su Excelencia el esfuerzo que realizará por colaborar con la Santa Sede en la promoción de una cooperación mayor y de un diálogo fructífero entre las naciones, como camino para construir un mundo más pacífico. En las circunstancias actuales tenemos una necesidad urgente de insistir en estos principios. En el mundo moderno, el diálogo y la cooperación internacional frecuentemente están impedidos por obstáculos que son el resu1tado de ideologías de gran desconfianza, injusticia y conflictos. De cara a estas dificultades tenemos que buscar, mas allá de las ideologías conflictivas, una base común para el diálogo. Debemos encontrar caminos para reconstruir la confianza y así, hacer posible, e incluso más eficaz y fructífera, la colaboración entre todos los hombres de buena voluntad.
Señor Embajador, espero que su misión diplomática fortalecerá las buenas relaciones ya existentes entre Australia y la Santa Sede. Le aseguro la colaboración de los diferentes departamentos de la Santa Sede en el cumplimiento de sus responsabilidades. Que Dios le conceda sabiduría y fortaleza. Invoco las abundantes bendiciones de Dios sobre usted, sobre su familia, y sobre el querido Pueblo australiano.
*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n.52, p.6.
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