DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL NUEVO EMBAJADOR DE CHILE ANTE LA SANTA SEDE*
Lunes 18 de junio de 1990
Señor Embajador:
Es para mí motivo de particular complacencia recibir las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Chile ante la Santa Sede. Al darle, pues, mi cordial bienvenida en este acto de presentación, me es grato reiterar ante su persona el profundo afecto que siento por todos los amados hijos de Chile.
Es esta una feliz circunstancia que me hace evocar las intensas jornadas de fe y esperanza vividas en su País durante mi visita pastoral, a la que Usted se ha referido, así como los sentimientos de adhesión y cercanía que los chilenos profesan al Sucesor de Pedro.
Al deferente saludo que el Señor Presidente Don Patricio Aylwin Azócar ha querido hacerme llegar por medio de Usted, correspondo con sumo agradecimiento y le ruego tenga a bien transmitirle mis mejores votos por su persona y alta misión, junto con las seguridades de mi plegaria al Altísimo por el bien espiritual y social de su noble Nación.
En sus amables palabras, Señor Embajador, ha aludido Usted a la obra de mediación llevada a cabo por la Santa Sede, que hizo posible la solución del diferendo austral con la nación hermana Argentina. Con mi viaje apostólico en el mes de abril de 1987, quise también conmemorar la feliz conclusión del Tratado de Paz y Amistad que, como usted ha afirmado, sentó las bases para un proceso de integración física y complementación económica que se encuentran permanentemente en marcha.
Durante los tres años transcurridos desde mi visita pastoral a Chile, se han producido en su País importantes cambios que están dando lugar a un proceso de transformación en sus instituciones y estructuras sociopolíticas. Al respecto, esta Sede Apostólica sigue con particular atención dicha evolución y no puedo por menos de felicitar al noble pueblo chileno por la madurez cívica de que está haciendo gala en la consolidación del proceso democrático.
Me complace saber que las Autoridades de su País están trabajando por crear un clima de reconciliación que permita superar antagonismos y heridas de tiempos pasados y dé paso a la comprensión y al diálogo, elementos imprescindibles en la edificación de una sociedad basada en los principios de la justicia y de la libertad.
Para ello es necesario lograr la adecuada armonización de los legítimos derechos de todos los ciudadanos en un proyecto común de convivencia pacífica y solidaria. En este campo, la concepción cristiana de la vida y las enseñanzas morales de la Iglesia han de continuar siendo elementos esenciales que inspiren a todas aquellas personas y grupos que buscan la instauración de una sociedad más justa, fraterna y responsable; una sociedad que responda, en consecuencia, a las necesidades de los hombres y a los verdaderos designios de Dios.
Es preciso, pues, acometer con amplitud de miras un decidido empeño que anteponga el bien común a los intereses particulares. Ninguna ideología o sistema puede absolutizarse por encima del respeto a las personas y grupos, sino que todos deben favorecer el diálogo leal y constructivo que evite descalificaciones y enfrentamientos. En efecto, los principios de la justicia y el derecho han de ser respetados por todos y utilizados como instrumentos de colaboración y convivencia permanentes.
Quiero reiterarle, Señor Embajador, la decidida voluntad de la Iglesia en Chile a colaborar ―en el ámbito de su propia misión religiosa y moral― con las Autoridades y las diversas instituciones del País, en promover todo aquello que redunde en el mayor bien de la persona humana y de los grupos sociales, en especial, los menos favorecidos. A este respecto, hago votos para que las hondas raíces cristianas que han configurado la historia y la vida de los chilenos, inspiren el proceso social de su País y la conciencia moral de sus dirigentes en la promoción y defensa de aquellos valores espirituales que son el verdadero tesoro y la base para el auténtico progreso de una Nación; pues sin sólidos principios morales un pueblo no puede progresar.
Señor Embajador, antes de finalizar este encuentro, pláceme asegurarle mi benevolencia y mi apoyo para que la alta misión que le ha sido encomendada se cumpla felizmente. Por mediación de Nuestra Señora del Carmen, elevo mi plegaria al Altísimo para que asista siempre con sus dones a Usted y a su distinguida familia, a los gobernantes de su noble País, así como al amadísimo pueblo chileno, tan cercano siempre al corazón del Papa.
*AAS 83 (1991), p.137-139.
Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. XIII, 1 pp. 1630-1632.
L'Attività della Santa Sede 1990 pp. 472-473.
L’Osservatore Romano 19.6. 1990 p.6.
L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.25 p.10 (p.366).
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana