DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UNA PEREGRINACIÓN DE LA DIÓCESIS DE KALISZ, POLONIA
Jueves 6 de noviembre de 1997
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Os doy una cordial bienvenida, queridos peregrinos de la diócesis de Kalisz, que habéis venido a las tumbas de los Apóstoles para dar gracias a Dios, junto con el Papa, por el bien inmenso que todos hemos experimentado durante los días de mi última peregrinación a Polonia. Saludo de modo particular al obispo ordinario, y le agradezco las palabras que me ha dirigido. Quiero saludar, además, al obispo auxiliar de la diócesis. Dirijo también un cordial saludo a los representantes de las autoridades de la ciudad de Kalisz, de Ostrów y de la provincia. Con estos sentimientos, deseo abrazar a toda la comunidad de la Iglesia de Kalisz: a los presbíteros, a las personas consagradas y a todos los fieles.
Está siempre vivo en mí el recuerdo de aquel día en que pude visitar vuestra tierra y, especialmente, la ciudad de Kalisz, que, como he dicho muchas veces, es la ciudad más antigua de Polonia. Os agradezco una vez más la invitación que me hicisteis, la calurosa acogida y el encuentro con el pueblo de Dios de la comunidad de Kalisz. Gracias a vuestra fe y a vuestra oración pudimos vivir un tiempo de particular unidad de toda la Iglesia universal en torno a Cristo en el misterio de la Eucaristía. La gran statio orbis del Congreso eucarístico internacional que celebramos en Wrocław ha continuado, efectivamente, en las etapas sucesivas de la peregrinación. Con la ayuda de Dios, profundizamos las diferentes dimensiones de la vida diaria, cuya fuerza religiosa encuentra en la Eucaristía su fuente y su cumbre (cf. Presbyterorum ordinis, 5). En efecto, la Eucaristía es el corazón palpitante de la Iglesia y de toda la vida cristiana como —según las palabras de san Agustín— «sacramento de la misericordia, signo de unidad y vínculo de caridad».
En ese itinerario no podía faltar una etapa dedicada a la familia. ¿Y cuál es el lugar más adecuado para detenerse a considerar la realidad de la familia, sino Kalisz, cuyo patrono particular es san José, padre de la Sagrada Familia, representado en la imagen milagrosa? A su protección encomendamos la familia en Polonia, que, como en todo el mundo, debe afrontar los diversos peligros de la civilización contemporánea. Nuestra oración, podemos decir familiar, al fiel esposo de María y custodio solícito del Hijo de Dios, fue una gran gracia para toda la Iglesia. En efecto, si la familia es el elemento esencial de la comunidad de los discípulos de Cristo, una oración centrada en la familia enriquece al mismo tiempo a toda la Iglesia. La Iglesia siempre tiene necesidad de la intercesión de san José. Su protección es una defensa eficaz contra los peligros que se presentan y, más aún, un gran apoyo para realizar las tareas de la nueva evangelización. Hoy, en el período de preparación directa al gran jubileo del año 2000, cuando la tarea de la evangelización adquiere una actualidad particular, exhorto a todos a encomendar con perseverancia esta obra a la intercesión de san José.
2. La incesante oración y la mirada fija en el modelo altísimo de santidad del pobre carpintero de Nazaret, a quien el Evangelio llama hombre justo (cf. Mt 1, 19), pueden ser para nosotros fuente de profunda espiritualidad. «El sacrificio total, que José hizo de toda su existencia a las exigencias de la venida del Mesías a su propia casa, encuentra una razón adecuada "en su insondable vida interior, de la que le llegan mandatos y consuelos singularísimos, y de donde surge para él la lógica y la fuerza —propia de las almas sencillas y limpias— para las grandes decisiones, como la de poner enseguida a disposición de los designios divinos su libertad, su legítima vocación humana, su fidelidad conyugal, aceptando de la familia su condición propia, su responsabilidad y peso, y renunciando, por un amor virginal incomparable, al natural amor conyugal que la constituye y alimenta". Esta sumisión a Dios, que es disponibilidad de ánimo para dedicarse a las cosas que se refieren a su servicio, no es otra cosa que el ejercicio de la devoción, la cual constituye una de las expresiones de la virtud de la religión» (Redemptoris Custos, 26).
En el mundo de hoy, lleno de contradicciones y tensiones, el creyente se encuentra todos los días frente a la necesidad de optar. Así pues, pregunta a su propia conciencia qué es justo, qué debe aceptar y qué debe rechazar. Se trata de la pregunta sobre el designio divino que puede escrutar sólo quien está dotado de una profunda vida interior. Y después, se necesita mucha ponderación y fuerza, un gran amor a Dios y al hombre, para aceptar el peso de la responsabilidad que brota de la respuesta a dicha pregunta. También es necesaria la disponibilidad de la voluntad para dedicarse al servicio de Dios. San José nos enseña todo esto. Imitando su ejemplo, quien se entrega a Dios, sostenido por la fuerza del Espíritu Santo, es capaz de transformar el mundo, de modo que se convierta en una morada cada vez más digna de Cristo. En el umbral del tercer milenio es necesario este testimonio de entrega. Lo necesita el hombre, a menudo extraviado entre falsas promesas de fácil felicidad. Hay necesidad de esta entrega en la vida familiar, social, política y cultural, para que todos los hombres puedan reencontrar en el Hijo de Dios la fuente de la verdadera esperanza.
3. Que san José, a quien veneráis en el santuario de Kalisz, llegue a ser para cada uno de vosotros maestro y guía espiritual. Ojalá impetre para todos las gracias de esta disponibilidad a cumplir la voluntad de Dios, que fue la razón de su particular elección.
Os agradezco una vez más el haber venido. Os invito a llevar mi saludo a vuestros seres queridos en la patria, a quienes no han podido venir aquí, especialmente a los enfermos. San José os acompañe a todos e interceda por la joven Iglesia local de Kalisz, en el umbral del nuevo milenio. Os bendigo de corazón.
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