DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL PRIMER CONGRESO INTERNACIONA
«JÓVENES HACIA ASÍS»
Patio del Palacio Pontificio de Castelgandolfo
Sábado, 28 de agosto de 1999
Amadísimos jóvenes:
1. Con verdadera alegría os acojo al final de vuestro primer congreso internacional, titulado "Jóvenes hacia Asís", que se ha celebrado en forma de peregrinación, siguiendo las huellas de san Francisco de Asís. ¡Bienvenidos! Os saludo a todos con afecto.
Os agradezco a cada uno la contribución que habéis dado al éxito de esta iniciativa; agradezco al ministro general de los Frailes Menores Conventuales las amables palabras que me ha dirigido. Expreso mi complacencia, en particular, a los Frailes Menores Conventuales, que os han propuesto esta singular peregrinación como tiempo de experiencia prejubilar, en el marco de la preparación para la XV Jornada mundial de la juventud del 2000, que tendrá lugar en Roma dentro de aproximadamente un año. Les manifiesto mi deseo de que sepan vivir constantemente su consagración como don que el Señor hace a la Iglesia, fieles al estilo de vida que el Poverello de Asís confió a la orden.
2. Amadísimos muchachos y muchachas, el itinerario que os ha llevado a los lugares tan queridos para la espiritualidad mariana y franciscana, ha estado jalonado por momentos de oración y penitencia, y por encuentros de reflexión. En Padua, Loreto y Asís habéis visitado santuarios significativos de la fe en Italia, y vuestra actual etapa en Roma culmina vuestro itinerario espiritual. Os guía la pregunta: "Francisco, ¿por qué te sigue el mundo?". Estoy seguro de que, al escuchar las enseñanzas y los testimonios, habéis recibido estímulos provechosos para renovar vuestra adhesión al Evangelio.
Hoy habéis venido, a ejemplo de san Francisco, a encontraros con el Papa para reafirmar vuestra fidelidad a la Iglesia, que, como decía el santo, "conservará intactos entre nosotros los vínculos de la caridad y de la paz... En su presencia florecerá siempre la santa observancia de la pureza evangélica y no permitirá que se evapore, ni siquiera por un instante, el buen olor de la vida" (2 Cel XVI, 24; FF 611).
¡Gracias por vuestra visita! Habéis querido entregarme, como hizo san Francisco con mi venerado predecesor Honorio III, una regla de vida evangélica que deseáis poner en práctica, así como un donativo, fruto de vuestra jornada penitencial. Os lo agradezco de todo corazón.
3. Ahora concluye vuestra experiencia y, al volver a vuestros hogares, podréis comunicar a vuestros coetáneos cuanto habéis experimentado durante estos días. Ciertamente, esta peregrinación ha sido una oportunidad providencial de encuentro con Cristo y con vosotros mismos. Os ha permitido contemplar el rostro de Dios (cf. Sal 27, 8) y su admirable santidad, confiando en el poder salvífico de su gracia y de su misericordia.
Dad gracias al Señor porque os han acompañado maestros pacientes, que os han guiado espiritualmente, paso a paso, y ahora, al reanudar el camino en otras direcciones, mantened vuestro corazón dócil a la escucha de Dios. Al volver a vuestras actividades habituales, difundid en vuestro entorno la luz que ha iluminado vuestro espíritu. Amad y seguid a Cristo. Si a veces, cuando el camino se hace difícil, os sentís cansados, deteneos a la sombra de la oración. En el diálogo con Dios encontraréis paz y alivio.
Tenéis como compañeros de camino a los "testigos" que durante estos días habéis aprendido a conocer mejor y amar más. En Padua, en la basílica dedicada a San Antonio, os habéis encontrado con un hombre evangélico que recorrió el camino de una paciente y celosa visitación de Dios. En Loreto, en la Santa Casa, el humilde corazón a la escucha de María, la "Virgen hecha Iglesia", como solía llamarla san Francisco (Saludo a la Santísima Virgen, 1: FF 259), os ha puesto ante Cristo encarnado. En Asís, Francisco, corazón libre y orante, misericordioso y fraterno, os ha enseñado a tener compasión de todos los hombres y de todas las criaturas. Siguiendo la invitación de la Escritura a considerar atentamente "el final de su vida, imitad su fe. Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13, 7-8).
4. Amadísimos jóvenes, vuestro encuentro itinerante, que ha tocado lugares y temas sugestivos de la fe, puede considerarse una anticipación de la Jornada mundial de la juventud que, Dios mediante, se celebrará aquí, en Roma, el año próximo. Ya desde ahora os invito a todos a participar en ella. En el corazón del Año santo 2000 será efectivamente una extraordinaria ocasión para vosotros, jóvenes: Cristo quiere que colaboréis con él en la construcción del nuevo milenio, según su designio universal de salvación. Vivir el Evangelio es, sin duda, una tarea exigente; pero sólo con Cristo es posible edificar eficazmente la civilización del amor.
Que os acompañe María, Estrella del camino; os protejan san Antonio, san Francisco y santa Clara. Por mi parte, estoy cerca de vosotros con mi oración.
Antes de despedirme, deseo ahora bendeciros con las palabras de la Escritura, tan queridas para Francisco y que seguramente habéis escuchado muchas veces: "El Señor os bendiga y os guarde; os muestre su rostro y tenga misericordia de vosotros. Dirija su mirada sobre vosotros y os conceda su paz" (cf. Nm 6, 24-26; FF 262).
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