DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA CEREMONIA DE DESPEDIDA
Cracovia, 17 de junio de 1999
1. ¡Patria mía, tierra amada, bendita seas!
Al terminar mi peregrinación a mi país natal, expreso desde lo más profundo de mi corazón este deseo de bendición divina y lo dirijo a toda Polonia y a todos sus habitantes. Quiero encerrar en él los sentimientos, los pensamientos y las oraciones que me han acompañado diariamente en mi camino de peregrino. La mejor manera que tengo de expresar el amor a esta tierra y a este pueblo es pidiendo fervientemente a Dios, que es amor, que bendiga a todos con abundancia.
Siempre que visito Polonia me reafirmo en mi convicción de que no faltan personas de corazón limpio que, viviendo todos los días como pobres de espíritu, mansos, misericordiosos y artífices de paz, obtienen con perseverancia la gracia de la bendición divina para su patria. Así ha sido también este año, comenzando por Gdansk, pasando por Pelplin, Elblag, Bydgoszcz, Torun, Lichen, Elk, Siedlce, Wigry, Drohiczyn, Sandomierz, Zamosc, Varsovia, Lowicz, Sosnowiec, Gliwice, Stary Sacz, hasta mi ciudad natal Wadowice y Cracovia. En todas partes he orado para que la vida diaria de los hombres que viven con el espíritu de las bienaventuranzas fructifique para la prosperidad de todos en este país. Doy gracias a Dios por haber podido depositar esta oración también a los pies de María, Reina de Polonia, en Jasna Góra.
2. Durante esta peregrinación, en vísperas del gran jubileo del año 2000, he podido volver a los lugares, a los acontecimientos y a las personas que testimonian de modo elocuente que, a lo largo de los mil años de existencia de la Iglesia en Polonia, el misterio de la encarnación del Hijo de Dios y su obra de redención han penetrado profundamente en su historia, han formado durante siglos su rostro espiritual y constituyen un sólido fundamento para la construcción de su futuro feliz.
La celebración del milenario de la institución de la organización eclesiástica en Polonia no podía por menos de comenzar en presencia de san Adalberto. En efecto, su canonización dio inicio a la archidiócesis de Gniezno. Así pues, volvimos a recordar la labor apostólica y el martirio del obispo de Praga. Evocando el precio que le tocó pagar por el don de la fe, que nos había traído, oramos a Dios para que nuestra generación transmita íntegro ese depósito a las generaciones del tercer milenio. Y en la oración nos sostenían Regina Protmann, Edmundo Bojanowski, Vicente Frelichowski, los 108 mártires y la princesa Cunegunda, que, en nombre de la Iglesia, proclamé beatos y santos. El ejemplo de su vida y su intercesión son, a lo largo de los siglos, un don particular a la Iglesia en Polonia y en el mundo. Por eso no dejo de dar gracias a la divina Providencia.
Un signo elocuente de que nuestro país quiere asumir su responsabilidad con respecto al futuro de la Iglesia fue el II Sínodo plenario, que en estos años ha sido ocasión de una reflexión común de todos los creyentes, clérigos y laicos, sobre el modo de realizar con eficacia la misión salvífica en la realidad del mundo contemporáneo. En la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, celebramos la clausura solemne de los trabajos de ese Sínodo, encomendando sus frutos al amor de Dios. Espero que la Iglesia en Polonia, poniendo en práctica sus decisiones, prosiga eficazmente la obra de la nueva evangelización.
3. Me alegra haber podido encontrarme, durante esta peregrinación, con las personas que ejercen los poderes legislativo, ejecutivo y judicial en nuestro país. En esta circunstancia extraordinaria hemos podido convencernos todos de que el bien común es el valor en torno al cual los hombres pueden unirse en una cooperación creativa, a pesar de tener diferentes convicciones y visiones políticas, algo normal dentro de una democracia. Deseo al señor presidente, a ambas Cámaras del Parlamento, al Gobierno de la República y a los Tribunales de todo tipo, que sirvan con perseverancia a sus compatriotas, buscando el bien de la patria y de la nación, y que gocen de los frutos de ese servicio.
Al peregrinar por varias regiones del país, he podido notar que se está desarrollando en todos los aspectos. Sé que ese desarrollo es consecuencia del esfuerzo de toda la sociedad, y que a veces ha costado muchas renuncias y muchos sacrificios. A todos los que edifican con amor un futuro próspero para la patria quiero expresarles hoy mi sincero agradecimiento. Al mismo tiempo, somos conscientes de que en el camino de ese desarrollo no faltan obstáculos, problemas y peligros.
Una vez más quiero expresar mi esperanza de que, con la ayuda de Dios y la cooperación de todos, se supere cualquier dificultad. Pido a Dios por esa intención, pensando sobre todo en los valores espirituales que las generaciones pasadas conservaron fielmente y que no pueden perderse en la justa búsqueda del bienestar material del país. Como Papa y como hijo de esta nación, me dirijo a todos los hombres de buena voluntad, y en particular a mis hermanos en la fe, con una apremiante exhortación a hacer todo lo posible para que Polonia entre en el tercer milenio no sólo como un Estado políticamente estable y económicamente sano, sino también fortalecido por el espíritu de amor mutuo y social.
4. A la vez que glorifico a Dios por el don de esta visita, quiero también expresar mi gratitud a todos los que han hecho posible su realización. A través del señor presidente de la República de Polonia, expreso mi agradecimiento a las autoridades del Estado por la invitación y por todos los esfuerzos realizados para la preparación y el positivo desarrollo de mi peregrinación. Les agradezco todos los gestos de benevolencia. Manifiesto mi gratitud también a las autoridades regionales y locales, que no han escatimado esfuerzos y medios para que los encuentros de los fieles con el Papa se llevaran a cabo en un buen ambiente y en un clima de paz y alegría. Que Dios os recompense por la hospitalidad.
También doy las gracias al ejército polaco, a la policía y a los bomberos, a las demás fuerzas encargadas de mantener el orden y a los numerosos voluntarios; a todos los que con gran entrega y con sincera benevolencia han contribuido a la seguridad durante esta visita. No puedo olvidar a los que con gran empeño se han encargado del servicio médico-sanitario. Doy las gracias a los periodistas y a todos los que, a través de la radio, la televisión, internet y la prensa, han colaborado con esmero en la transmisión de la información sobre el viaje pontificio, para servir a los que, por diversas razones, no han podido participar personalmente. A quienes han contribuido, de cualquier manera, a un desarrollo eficaz y digno de esta peregrinación, les digo de corazón: «Que Dios os lo pague».
5. Con particular gratitud me dirijo a la Iglesia en Polonia. En estos días he visitado muchas diócesis -algunas por primera vez-, pero no he podido ir a todas las que me habían invitado. Por eso, una vez más, quiero asegurar que espiritualmente he visitado toda Polonia, toda prefectura, toda parroquia, toda comunidad religiosa y todos los hogares. He venido para todos, sin excepciones; para recordar, en el ocaso de este milenio, esta única verdad esencial, sobre la que se apoya nuestra fe: «Dios es amor».
Doy las gracias al cardenal primado, al cardenal Franciszek Macharski por sus palabras, y a todos los cardenales, tanto polacos como huéspedes, a los arzobispos y obispos, por la preparación de esta peregrinación. Abrazo de corazón a todos los sacerdotes. Quiero expresar a los obispos mi gratitud por la contribución que han dado a esta visita, y también por su fiel servicio diario al pueblo de Dios en Polonia. Cada día oro a Cristo, sumo Sacerdote, para que, en el cumplimiento de su ministerio pastoral, puedan gozar de su gracia y del reconocimiento de los hombres. Con esta oración abrazo también a las personas consagradas que, en las comunidades religiosas, asumen las tareas que les corresponden de acuerdo con su carisma y las necesidades de la Iglesia. Les agradezco también su perseverancia en la oración, especialmente durante esta peregrinación, su humilde obra de misericordia y su testimonio apostólico de vida según los consejos evangélicos. Encomiendo a Dios a todos los alumnos de los seminarios mayores. Agradezco su colaboración activa durante el desarrollo de esta peregrinación, especialmente su servicio litúrgico. Pido a Dios que se abran cada vez con mayor plenitud a la acción del Espíritu Santo, que los prepara para las difíciles tareas del nuevo milenio.
Expreso mi agradecimiento en particular a todos los fieles de la Iglesia en Polonia. Sé cuánto esfuerzo, cuántos sacrificios materiales y espirituales han hecho para preparar esta visita. Agradezco su gran benevolencia y su cordial acogida, y, sobre todo, su testimonio de fe viva. Con gratitud abrazo a todos los hombres de buena voluntad en Polonia. Que Dios les recompense cada acto de generosidad con la abundancia de su bendición. Me inclino con amor sobre el sufrimiento de las personas que llevan la cruz de la enfermedad, la vejez, la soledad y el dolor. Sé cuánto debo a los enfermos, que no sólo me han acompañado durante estos días, sino que también me acompañan a lo largo de todo mi ministerio en la sede de Pedro. Les agradezco de corazón su fuerte apoyo. Saludo a los jóvenes, presentes en gran número en todos los encuentros. Les doy las gracias por su entusiasmo juvenil, por su fe y por su profundo recogimiento en la oración. Pido a Dios que, al entrar en el nuevo milenio, lleven con empeño el amor de Dios a las futuras generaciones.
6. Tertio millennio adveniente. Hemos vivido esta peregrinación, que está a punto de terminar, con espíritu de preparación para el gran jubileo de la redención y para cruzar el umbral del nuevo milenio. Ha sido un tiempo de oración y reflexión en común, un tiempo de acción de gracias por el pasado, de consagración a Dios de todo lo que Polonia vive hoy y de lo que vivirá en el futuro. Creo que han sido días fecundos y que su fruto será duradero. Este tiempo solemne está para concluir. Pero espero que el espíritu de paz, unidad, cooperación en el bien, que ha reinado entre nosotros, siga animando los esfuerzos de todas las personas que se interesan por la prosperidad de la patria y por la felicidad de sus habitantes.
Al volver al Vaticano, no abandono mi país natal. Llevo conmigo la imagen de mi patria, desde el Báltico hasta los montes Tatra, y conservo en mi corazón todo lo que he podido experimentar entre mis compatriotas. Quiero asegurar una vez más que en mis pensamientos y en mis oraciones Polonia y los polacos ocupan un lugar particular. A vosotros, queridos hermanos y hermanas, os pido que sigáis sosteniéndome en mi ministerio petrino mientras la Providencia divina me conceda desempeñarlo.
Encomiendo a la protección de la Reina de Polonia de Jasna Góra a todos y cada uno de vosotros. Encomiendo a su maternal amor vuestra vida diaria, vuestros deseos y vuestras acciones.
«El amor de Dios Padre, la gracia de nuestro Señor Jesucristo y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros». Que Dios bendiga a mi patria y a todos mis compatriotas.
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