DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS FORMADORES Y ALUMNOS DEL SEMINARIO UMBRO PÍO XI
Lunes 29 de noviembre de 1999
Venerado hermano en el Señor;
amadísimos seminaristas:
1. Me alegra acogeros con ocasión del 75° aniversario de la fundación del Pontificio seminario umbro. Saludo cordialmente al querido monseñor Sergio Goretti, obispo de Asís-Nocera Umbra-Gualdo Tadino, y le agradezco las amables palabras con que ha interpretado vuestros sentimientos comunes. Saludo, asimismo, al equipo de formadores, encabezado por el rector del seminario. De modo particular, mi pensamiento y mi afecto se dirigen a vosotros, queridos jóvenes, que, en el específico ambiente pedagógico del seminario, os estáis preparando para realizar opciones importantes y decisivas con vistas a vuestro futuro.
Vuestra visita al Sucesor de Pedro se sitúa precisamente en el marco de la celebración del 75° aniversario de la fundación de vuestro seminario por voluntad de mi predecesor san Pío X. Además de expresar el profundo espíritu de comunión eclesial que os anima, también quiere subrayar lo que mis predecesores hicieron en favor de una institución que figura entre las más significativas y valiosas para las Iglesias particulares de Umbría. El seminario es el corazón espiritual de la región: lo que se hace por él redunda en beneficio de todos.
2. Sé que vuestra comunidad está creciendo gradualmente y que ahora 38 jóvenes se están preparando para las órdenes sagradas y el ministerio pastoral. Me congratulo con vosotros por estas prometedoras perspectivas y os animo a seguir potenciando las formas propedéuticas con vistas al ingreso en el seminario mayor, ya presentes en cada diócesis de Umbría, de modo que cuantos descubren el don de la llamada divina puedan beneficiarse de un adecuado período de discernimiento, perfeccionar estudios tal vez incompletos y crecer en la vida espiritual. A pesar de las dificultades de este momento, el Espíritu de Dios sigue suscitando en los corazones la atracción por la entrega total al servicio del Reino.
Bendigo a todos los que con su acción y su oración están trabajando por las vocaciones. Se trata de una obra santa y sumamente necesaria. Ojalá que la amada tierra umbra, que jamás ha dejado de dar a la Iglesia numerosos sacerdotes, misioneros, religiosos y religiosas, siga abundando en vocaciones, para que no falten a las comunidades cristianas guías sabios y capaces.
3. En nuestro tiempo, en que parecen haber desaparecido muchos puntos de referencia seguros, es preciso que los futuros pastores cuiden su preparación cultural, a fin de que afronten adecuadamente las complejas situaciones actuales a la luz de la fe y de la viva tradición eclesial. Durante los años del seminario, deben tratar de adquirir una sabia capacidad de discernimiento, para que puedan afrontar los desafíos y los cambios rápidos y a veces imprevisibles de estos años. Queridos seminaristas, el estudio serio y apasionado tanto de las ciencias humanas como de la teología forma parte de vuestro itinerario de formación.
Asimismo, es indispensable que adquiráis una madurez personal que os permita vivir ahora con sentido de responsabilidad y de disciplina la vida del seminario, y mañana vuestro ministerio sacerdotal, con sus compromisos y exigencias. Aprended a sosteneros y edificaros recíprocamente, compartiendo dones y cualidades. Ésta es la preparación más eficaz para el testimonio de unidad que deberá caracterizar vuestra misión pastoral en las diversas comunidades de vuestra región. El mismo celibato, asumido con responsabilidad y generosidad, a imitación de Cristo y por amor a la Iglesia, os ayudará a madurar en el espíritu de paternidad, haciéndoos vigilantes, disponibles y diligentes en relación con el pueblo de Dios.
4. El mundo espera y pide pastores santos, dotados de intensa espiritualidad sacerdotal. La eficacia del servicio pastoral no depende tanto de la organización y de los métodos pastorales, cuanto de la oración y de la profundidad de la vida interior. Sólo quien crece en una relación madura con Dios gracias a la oración personal y comunitaria, a la meditación de la Palabra y a la participación en la Eucaristía, será después capaz de dedicarse gratuitamente a la obra de la evangelización, usar con sobriedad los bienes terrenos, ser fuerte y perseverante en medio de las dificultades, tener el corazón abierto a las expectativas de los pobres y de los que sufren, y responder con docilidad humilde y gozosa a las directrices de la Iglesia.
Queridos seminaristas y formadores, vuestros obispos os miran con confianza y gran esperanza. El nuevo milenio requiere una pastoral vigorosa, profunda y renovada. Os exhorto a no desanimaros ante las dificultades. Que María, Madre de los sacerdotes y modelo de servicio humilde y fiel, os proteja y sostenga en vuestro compromiso diario. Que intercedan por vosotros los grandes santos de la región: san Benito de Nursia, guía segura en el seguimiento de Cristo; san Francisco de Asís, enamorado de Dios y del Evangelio; santa Rita de Casia, artífice de reconciliación; y todos los demás testigos de Cristo, que han hecho que numerosos peregrinos de todos los lugares del mundo amen y visiten vuestra tierra.
Os acompaño complacido con mi afecto y mi oración, a la vez que os imparto de corazón a vosotros y a vuestros seres queridos una especial bendición apostólica.
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