MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON OCASIÓN DEL INICIO DE LA CAMPAÑA DE FRATERNIDAD EN BRASIL
Al venerable hermano en el episcopado
Mons. Raymundo DAMASCENO ASSIS
Secretario general de la
Conferencia episcopal de Brasil
"Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de salvación" (2 Co 6, 2).
Con estas palabras de la sagrada Escritura deseo unirme a toda la Iglesia que está en Brasil, para iniciar la campaña de fraternidad de este año, que tiene como tema "Fraternidad y pueblos indígenas" y como lema "Por una tierra sin males", con el deseo de estimular la fraternidad cristiana con todos los pueblos de la misma familia humana.
En este "tiempo favorable, tiempo de salvación", que es la Cuaresma, invocamos la luz del Altísimo para que conceda a todos el arrepentimiento y el conocimiento de la verdad (cf. 2 Tm 2, 25). Y la verdad, como afirmé durante mi segundo viaje pastoral a Brasil, es que "ante los ojos de Dios (...) sólo existe una raza: la raza de los hombres llamados a ser hijos de Dios. Ante los ojos de Dios sólo existe un pueblo, formado por muchos pueblos, cada uno de los cuales con su modo de ser, su cultura y sus tradiciones: la humanidad que Jesucristo rescató y salvó, pagando con su sangre" (Discurso durante el encuentro con los indígenas en Cuiabá, 16 de octubre de 1991, n. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de octubre de 1991, p. 12). Ahora bien, "Dios reunió al grupo de los que creen en Jesús y lo consideran el autor de la salvación y el principio de la unidad y de la paz, y fundó la Iglesia para que sea para todos y cada uno el sacramento visible de esta unidad que nos salva. La Iglesia se inserta en la historia de los hombres destinada a extenderse por todos los países, y, sin embargo, desborda los límites de tiempo y lugar" (Lumen gentium, 9). De este modo, la Iglesia quiere introducir el Evangelio en las culturas de los pueblos, transmitiéndoles su verdad, asumiendo, sin menoscabar de ningún modo la especificidad y la integridad de la fe cristiana, lo que hay de bueno en esas culturas y renovándolas desde dentro (cf. Redemptoris missio, 52), y llevando a todos el mensaje de la salvación realizada por Cristo.
Mientras que Cristo no conoció el pecado, sino que vino sólo para expiar los pecados del pueblo, la Iglesia, "abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación" (Lumen gentium, 8). ¡Ahora es el "tiempo favorable"! En su dimensión penitencial y bautismal (cf. Sacrosanctum Concilium, 109), la Cuaresma lleva a todos los bautizados a revivir y profundizar todas las etapas del camino de fe, para que, consciente y generosamente, renueven su alianza con Dios. La conciencia de la filiación divina por el bautismo podrá impulsar a la renovación espiritual y la fraternidad con sus hermanos, sobre todo con los que reclaman una justicia y una solidaridad mayores.
Por eso, la Iglesia permanecerá siempre al lado de los que sufren las consecuencias de la pobreza y la marginación, y seguirá extendiendo su mano materna a los pueblos indígenas para colaborar en la construcción de una sociedad donde todos y cada uno, creados a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26), vean respetados sus derechos, con condiciones de vida conformes a su dignidad de hijos de Dios y hermanos en Jesucristo.
Pido a Dios, por intercesión de Nuestra Señora Aparecida, que proteja a Brasil y a su pueblo, y como señal de mi afecto más sincero por la Tierra de la Santa Cruz, envío una propiciadora bendición apostólica.
Vaticano, 26 de noviembre de 2001
JUAN PABLO II
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