MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS MISIONERAS DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
A la reverenda madre
Lina COLOMBINI
Superiora general de las Misioneras
del Sagrado Corazón de Jesús
1. Con ocasión del próximo capítulo general de ese instituto, me alegra transmitirle a usted y a las religiosas capitulares mi saludo, mis mejores deseos, así como la seguridad de mi cercanía espiritual, testimoniada por una oración especial al Señor para que se desarrollen con fruto los trabajos.
Este primer capítulo ordinario del nuevo milenio representa un momento privilegiado de gracia para la familia cabriniana, llamada a aceptar la invitación de Jesús a Pedro y a los primeros compañeros a "remar mar adentro y echar las redes" (cf. Lc 5, 4), invitación que quise renovar a toda la Iglesia en la carta apostólica Novo millennio ineunte.
"Duc in altum! Estas palabras del Señor nos invitan a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro: "Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre" (Hb 13, 8)" (n. 1). La congregación de las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús entra en el tercer milenio enriquecida, no sólo con la experiencia extraordinaria del gran jubileo del año 2000, sino también con los frutos recogidos en las celebraciones del 150° aniversario del nacimiento de su fundadora, santa Francisca Javier Cabrini, así como en las del 50° aniversario de su proclamación como patrona de los emigrantes.
2. El tema elegido para el actual capítulo —«"Remad mar adentro y echad las redes" (Lc 5, 4). Desafíos y profecía de la familia cabriniana»— se sitúa en ese contexto, e invita a un generoso entusiasmo apostólico, al inicio de un siglo rico en desafíos a menudo inéditos, pero siempre impregnados de la presencia vigilante y operante de Dios. Al respecto, vuestras Constituciones recuerdan que "la vocación de Misioneras del Sagrado Corazón compromete a extender el fuego que Jesús vino a traer a la tierra" (n. 15).
Es lo que santa Francisca Cabrini hizo con valentía durante toda su vida, consagrada completamente a llevar el amor de Cristo a cuantos, lejos de su patria y de su familia, corrían el riesgo de alejarse también de Dios. A menudo repetía a sus hijas: "Imitemos la caridad del Corazón adorable de Jesús en la salvación de las almas; hagámonos todas a todos para ganar a todos para Jesús, como él hace continuamente", y también: "Si pudiera, oh Jesús, abrir mis brazos y abrazar a todo el mundo para dártelo, ¡cuán feliz sería!".
Si quieren seguir los pasos de su fundadora, sus hijas espirituales no pueden por menos de ir, con renovado ardor, a las fronteras de la caridad, para hacer visible el amor misericordioso e compasivo del Señor, y hacer que resuene el anuncio de Cristo donde la Providencia las ha puesto a trabajar.
3. Ante las nuevas condiciones de la movilidad humana, las religiosas de la madre Cabrini están llamadas a ofrecer una acogida atenta y solidaria a los emigrantes de nuestro tiempo, que a menudo llevan, además del peso de los sufrimientos, la soledad y la pobreza, un rico bagaje de humanidad, de valores y de esperanzas. Es preciso que se comprometan, además, a prestar atención particular en la promoción de la mujer, especialmente en los ambientes donde está más amenazada e indefensa. La educación de los niños y los adolescentes, la catequesis y la pastoral juvenil deben seguir siendo para ellas vías privilegiadas de evangelización y formación cristiana, canales de transmisión de una fe que influya en la cultura y en la vida.
Sostenidas por la palabra del Señor, que invita a "remar mar adentro", y mirando el ejemplo de su fundadora, las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús se deben dedicar con celo y entusiasmo a la mies que el Señor les confía. A pesar del ambiente social a menudo hostil, no deben dejar de dar testimonio del primado de Dios y, con las palabras y con la vida, han de difundir en su entorno la alegría de su consagración a Cristo casto, pobre y obediente.
Esto supone en ellas la lúcida conciencia de que su compromiso primero y prioritario debe ser el esfuerzo diario de la ascesis cristiana personal y comunitaria para configurase con Cristo, "tomando a Jesús —como escribió la madre Cabrini— por modelo en todos los acontecimientos y en todas nuestras acciones, uniendo todos nuestros pasos a los suyos, para no caminar más que por el sendero de su amor".
4. Confío en que el deseo de fidelidad a la misión y al carisma originario lleve a vuestro instituto a custodiar siempre el gran valor de la vida comunitaria. Es muy importante construir comunidades fraternas, que evangelicen en primer lugar con el testimonio de su vida. Que las casas en las que viven las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús sean verdaderas escuelas de formación y de crecimiento humano y espiritual, lugares donde se manifieste el amor de Dios en el servicio y en la caridad, en el perdón ofrecido y aceptado. Este estilo de vida constituirá para todos un eco elocuente de la buena nueva y una propuesta vocacional eficaz, que motivará a las jóvenes a una seria reflexión sobre la vida consagrada.
Otro compromiso importante del Instituto será proseguir el camino ya emprendido de comunión y participación de su carisma con los laicos, afrontando juntos los desafíos de hoy. El deseo de ser fieles al carisma de los orígenes, conservando vivas las exigencias superiores del reino de Dios, no podrá por menos de impulsar a cada miembro y a cada comunidad a recorrer un exigente itinerario de formación permanente, con constante atención a los desafíos modernos y a los signos de los tiempos.
5. Reverenda madre, el Señor guíe con la fuerza de su Espíritu los trabajos capitulares, para que den a toda vuestra familia religiosa los deseados frutos espirituales y apostólicos.
Invocando sobre vosotras la protección materna de María Santísima de las Gracias, que santa Francisca Javier Cabrini indicaba a sus hijas como Madre y Maestra, os animo en vuestra misión y con afecto le imparto a usted, reverenda madre, y a cada una de las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús, una especial bendición apostólica, prenda de abundantes gracias y de alegría espiritual.
Vaticano, 24 de junio de 2002
JUAN PABLO II
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