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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA VIII ASAMBLEA DEL MOVIMIENTO ECLESIAL DE COMPROMISO CULTURAL

 

1. Me alegra enviaros mi saludo, amadísimos hermanos y hermanas, que os habéis reunido en Roma para la VIII asamblea nacional del Movimiento eclesial de compromiso cultural. Dirijo un saludo en particular a los responsables de la asociación, al consiliario, y a cada uno de los delegados, deseando a todos un trabajo fecundo.

Vuestra asamblea tiene lugar poco después de la celebrada por la Acción católica italiana, en cuya gran familia vuestro movimiento se sitúa como "vanguardia misionera" para el mundo de la cultura y profesional. Durante estos días queréis reflexionar en el proyecto pastoral de la Iglesia italiana para el próximo decenio —"Comunicar el Evangelio en un mundo que cambia"—, en sintonía con el camino de toda la comunidad eclesial, a cuyo servicio consagráis generosamente vuestras dotes de mente y de corazón.

2. Vuestra asamblea tiene como finalidad definir con valentía y franqueza cuál debe ser hoy la misión del MEIC en el ámbito de la comunidad eclesial y en la sociedad civil, manteniéndoos fieles a la tradición de vuestra asociación, que cuenta con ilustres maestros de espiritualidad y de humanidad, servidores fieles del Evangelio y de las instituciones civiles. Además, os proponéis profundizar y renovar la conciencia misionera, que siempre debe distinguiros, teniendo muy presente la compleja situación intercultural en la que tenéis que actuar.

Debéis traducir la "creatividad de la caridad" en formas originales que se conviertan en "servicio a la cultura, a la política, a la economía y a la familia, para que en todas partes se respeten los principios fundamentales de los que depende el destino del ser humano y el futuro de la civilización" (Novo millennio ineunte, 51).

Esta renovada conciencia misionera os llama, hoy más que nunca, a ser testigos creíbles del humanismo cristiano. En la medida en que afirméis sin titubeos la presencia trascendente de Dios en la historia, seréis capaces de aceptar y salvaguardar el misterio que envuelve a la persona y que supera toda explicación científica e interpretación racional, y podréis conjugar con provecho el carácter sagrado y la calidad de vida del hombre.

3. La Iglesia, sin reducir jamás la fe a la cultura, se esfuerza por dar consistencia cultural a la vida de fe, y por lograr que esta inspire toda la vida privada y pública, así como la realidad nacional e internacional. A este respecto, sabéis con qué interés la Santa Sede sigue los trabajos de la Convención europea. Yo mismo he expresado mi tristeza por haberse omitido la referencia a los valores cristianos y religiosos en la redacción de la Carta de los derechos fundamentales. Espero vivamente que también el MEIC se comprometa para lograr que no se ignore el componente religioso que, a lo largo de los siglos, ha impregnado la formación de las instituciones europeas. No se debe dispersar ni ignorar el patrimonio cristiano de civilización, que ha contribuido tanto a la defensa de los valores de la democracia, la libertad y la solidaridad entre los pueblos de Europa.

Vuestro movimiento es también muy sensible al compromiso ecuménico de la Iglesia y, además, dedica semanas de profundización teológica al examen de los desafíos que la actual sociedad multiétnica plantea al diálogo interreligioso. Queridos hermanos, proseguid por este valioso camino de formación en el sector ecuménico y en el conocimiento de las religiones. Para contribuir a crear un mundo más justo y solidario, preocupaos por difundir y poner de relieve lo que podríamos llamar el "Decálogo de Asís", que delineé con ocasión de la Jornada de oración por la paz, celebrada el pasado 24 de enero. Se trata de un camino que hay que recorrer juntos. Si es difícil convivir sin paz política y económica, no puede haber vida digna del hombre sin paz religiosa e interior.

Y aquí es muy importante la aportación que podéis dar sin temer obstáculos y dificultades, sino mirando a la realidad presente y a las perspectivas futuras con la valentía de la profecía y el optimismo de la esperanza evangélica.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, quisiera pediros que seáis testigos generosos de Cristo en todas las circunstancias, especialmente cuando las exigencias de su Evangelio se distinguen o se oponen a las expectativas más inmediatas de una época o de una cultura (cf. Conferencia episcopal italiana, Comunicar el Evangelio en un mundo que cambia, 35). En efecto, más que cualquier doctrina humana, es siempre la palabra de Dios sobre el hombre, palabra transmitida fielmente por la Iglesia, la que forma las conciencias y hace más incisivo el mensaje de la salvación. Este es el sendero que Dios os llama a recorrer, un sendero que os conduce a la santidad, vocación universal de todos los bautizados. Para responder a la llamada de Dios, alimentaos de la escucha constante de su palabra en la oración. La Iglesia necesita vuestro servicio y, para prestarlo de modo eficaz, es necesario ser santos. Os acompaño con el afecto y con la oración, para que el Señor confirme vuestros propósitos y haga que den abundantes frutos.

A la vez que renuevo mis mejores deseos para la actual asamblea y para todas vuestras iniciativas, que encomiendo a la intercesión materna de María, Sede de la sabiduría, os imparto de corazón a cada uno de vosotros la bendición apostólica, extendiéndola a todos los miembros del MEIC y a sus respectivas familias.

Vaticano, 21 de mayo de 2002

JUAN PABLO II



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