ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA BENDICIÓN DE UN BUSTO DE PABLO VI
Martes 24 de junio de 2003
Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:
1. Nos reúne hoy el recuerdo del siervo de Dios Pablo VI, en el día de la fiesta de su protector celestial, san Juan Bautista. Han pasado cuarenta años desde su elección a la Cátedra de Pedro, que tuvo lugar el 21 de junio de 1963, y veinticinco desde su muerte, que acaeció en Castelgandolfo, en la solemnidad de la Transfiguración del Señor, el 6 de agosto de 1978.
Hoy se inaugura y bendice un busto suyo de mármol, colocado en el atrio de esta Sala que lleva su nombre y que él quiso como cátedra de la catequesis del Papa. Saludo a los cardenales, obispos, prelados, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que se han dado cita aquí para rendir homenaje a la memoria de este venerado predecesor mío.
En particular, saludo y doy las gracias al escultor Floriano Bodini, que ya ha dedicado otras obras a este dignísimo servidor de la Iglesia. Saludo y doy las gracias, además, a cuantos han ideado y se han encargado de la realización del proyecto, comenzando por el querido arzobispo monseñor Pasquale Macchi, su devoto y solícito secretario. Mi saludo se dirige también a los familiares del Papa Montini, en particular a sus sobrinos con sus respectivas familias, así como a los responsables del benemérito "Instituto Pablo VI" de Brescia, que cultiva con amor la memoria de este insigne hijo de la tierra bresciana.
2. El 29 de junio de 1978, en la última celebración pública con ocasión del decimoquinto aniversario de su elección al sumo pontificado, pronunció un discurso que tenía el tono solemne y conmovedor de un testamento. Me complace releer un pasaje significativo: «Queremos echar una mirada de conjunto -dijo- a lo que ha sido el período durante el cual hemos tenido confiada por el Señor su Iglesia; y, considerándonos el último e indigno sucesor de Pedro, nos sentimos en este umbral supremo consolado y animado por la conciencia de haber repetido incansablemente ante la Iglesia y el mundo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16); y como Pablo, creemos que podemos decir: "He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado la fe" (2 Tm 4, 7)» (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 9 de julio de 1978, p. 1).
Roguemos al Señor que conceda a su siervo fiel la merecida recompensa. Oremos, además, para que también nosotros trabajemos incansablemente, como él, por el reino de Dios. Nos ayude María, a la que, al final del concilio Vaticano II, Pablo VI proclamó "Madre de la Iglesia".
Con estos sentimientos, os bendigo a todos. ¡Gracias a todos los presentes!
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