DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA ASAMBLEA DE LA REUNIÓN DE LAS OBRAS
PARA LA AYUDA A LAS IGLESIAS ORIENTALES (ROACO)
Jueves 26 de junio de 2003
1. Os acojo con alegría, queridos miembros de la ROACO, que habéis venido a Roma para vuestra reunión anual, y doy a cada uno mi cordial bienvenida. Saludo en particular al prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales, el señor cardenal Ignace Moussa I Daoud, a quien doy las gracias por haberse hecho intérprete de los sentimientos comunes. Extiendo mi saludo al secretario, el arzobispo Vegliò, al subsecretario, a los oficiales y al personal del dicasterio, así como al nuncio apostólico en Israel y delegado apostólico en Jerusalén y Palestina, al custodio de Tierra Santa, a los responsables de las agencias, a las autoridades de la Universidad de Belén y a todos los presentes.
2. Con vuestra generosidad, prestáis una gran ayuda a las Iglesias del Oriente cristiano. Esta ayuda es mucho más apreciada teniendo en cuenta los dramáticos acontecimientos de estos últimos tiempos. Pienso en la reciente guerra en Irak y el conflicto en Tierra Santa que, por desgracia, no cesa, así como en la persistente carestía en Eritrea y Etiopía. Vuestra colaboración hace presente y operante la caridad de la Iglesia y, a través de la Congregación para las Iglesias orientales, la solicitud misma del Papa.
Es preciso intensificar esta actividad y ensanchar su radio de acción; es necesario, sobre todo, acrecentar el espíritu de la caridad divina que, reconociendo como don gratuito cuanto hemos recibido de Dios, nos impulsa a compartirlo con los hermanos, para estar al servicio de una auténtica promoción humana.
En la reciente carta encíclica Ecclesia de Eucharistia escribí que la Eucaristía "da impulso a nuestro camino histórico, poniendo una semilla de viva esperanza en la dedicación cotidiana de cada uno a sus propias tareas. En efecto, aunque la visión cristiana fija su mirada en un "cielo nuevo" y una "tierra nueva" (Ap 21, 1), eso no debilita, sino que más bien estimula nuestro sentido de responsabilidad con respecto a la tierra presente (Gaudium et spes, 39)" (n. 20). Por eso, los cristianos deben sentirse hoy más comprometidos que nunca a no descuidar los deberes de su ciudadanía terrena, contribuyendo con la luz del Evangelio a edificar un mundo a la medida del hombre y plenamente acorde con el designio de Dios.
3. Hacéis bien en poner especial atención en los territorios de Tierra Santa por el significado que esa región, santificada por Jesús, reviste para todos los cristianos. A ella está reservada una colecta especial, y mis venerados predecesores, desde León XIII, insistieron en que todas las comunidades católicas deben contribuir generosamente. Por desgracia, Tierra Santa sigue siendo escenario de conflictos y violencia, y las comunidades católicas allí presentes sufren y necesitan ser sostenidas y apoyadas en sus numerosas urgencias. Esas poblaciones invocan fervientemente una paz estable y duradera.
¡Gracias por todo lo que hacéis! ¡Gracias por la activa solidaridad que habéis mostrado con los cristianos duramente probados por el reciente conflicto en Irak! Pido a Dios que en aquel país se consolide oportunamente la paz, y las poblaciones, ya tan probadas entre otras razones por un largo aislamiento internacional, vivan finalmente en concordia. Estoy seguro de que vuestras intervenciones, encaminadas a realizar obras pastorales y sociales en apoyo de los creyentes, contribuirán a dar vida a un futuro mejor para toda la nación.
4. Queridos hermanos y hermanas, el servicio que prestáis al Oriente cristiano tiene cada vez más en cuenta todas las exigencias de las Iglesias locales. A veces, más necesario que las estructuras y los edificios, por lo demás indispensables, resulta ayudar a formar las conciencias y salvaguardar la fe heredada de los padres. Esto requiere una oportuna catequesis, el cuidado de la liturgia propia de la Iglesia de pertenencia, una atención a la formación del clero y de los laicos, una apertura iluminada al ecumenismo y una presencia profética en apoyo de los pobres.
El Papa os agradece la respuesta que, con inteligencia y sin escatimar energías y recursos, dais a las peticiones que se os presentan. Al mismo tiempo, se hace intérprete de la gratitud de todas las comunidades a las que ayudáis de modo concreto.
Vuestra experiencia demuestra que el Oriente cristiano mantiene vivo aún hoy el deseo de encontrar, conocer y amar cada vez más a Dios, que en Cristo nos reveló su rostro misericordioso. Quiere experimentarlo de forma viva especialmente en los lugares donde, durante decenios, se ha intentado borrar incluso sus huellas, y donde la inestabilidad y la guerra intentan socavar los antiguos cimientos de las Iglesias orientales.
5. Con este fin, os aseguro mi oración. Amadísimos hermanos y hermanas, os acompañe en vuestra actividad diaria la constante asistencia divina, en prenda de la cual imparto de corazón a todos mi bendición, que extiendo de buen grado a los organismos que representáis, a vuestras familias, a las diócesis y a las comunidades de pertenencia.
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