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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE ESCOCIA EN VISITA "AD LIMINA"


Martes 4 de marzo de 2003

 

Queridos hermanos en el episcopado: 

1. "A vosotros gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo" (Rm 1, 7). Con afecto fraterno os doy cordialmente la bienvenida a vosotros, obispos de Escocia, con ocasión de vuestra primera visita ad limina Apostolorum de este nuevo milenio. Nuestros encuentros nos brindan la oportunidad de afianzar, una vez más, nuestra comunión colegial y profundizar los vínculos de amor y paz que nos sostienen y nos animan en nuestro servicio a la Iglesia de Cristo.

Me uno a vosotros en la acción de gracias a Dios por la fe y la entrega de los sacerdotes, los diáconos, los religiosos y los laicos a los que habéis sido llamados a guiar en el amor y en la verdad. En vuestras comunidades locales constatamos la maravillosa fuerza del Espíritu Santo, «que a través de los siglos ha recibido del tesoro de la redención de Cristo, dando a los hombres la nueva vida, realizando en ellos la adopción en el Hijo unigénito, santificándolos, de tal modo que puedan repetir con san Pablo:  "Hemos recibido el Espíritu que viene de Dios" (1 Co 2, 12)» (Dominum et vivificantem, 53). Este mismo Espíritu nos guía a la verdad completa (cf. Jn 16, 13) y nos impulsa en este nuevo milenio a recomenzar, sostenidos por la esperanza que "no defrauda" (Rm 5, 5).

2. Las relaciones que habéis traído de vuestras diversas diócesis atestiguan las nuevas y exigentes situaciones que representan hoy desafíos pastorales para la Iglesia. De hecho, podemos observar que en Escocia, como en muchos países evangelizados hace siglos y marcados por el cristianismo, ya no existe la realidad de una "sociedad cristiana", esto es, una sociedad que, a pesar de las debilidades y los fallos humanos, considera el Evangelio como la medida explícita de su vida y de sus valores. Más bien, la civilización moderna, aunque está muy desarrollada desde el punto de vista de la tecnología, a menudo está bloqueada en su interior por una tendencia a excluir a Dios o a mantenerlo a distancia. Es lo que definí en mi carta apostólica Tertio millennio adveniente como "crisis de la civilización", una crisis a la que se ha de responder con "la civilización del amor, fundada sobre valores universales de paz, solidaridad, justicia y libertad, que encuentran en Cristo su plena realización" (n. 52). La nueva evangelización a la que invité a toda la Iglesia (cf. Novo millennio ineunte, 40) puede resultar un instrumento muy eficaz para contribuir a promover esta civilización del amor.

Desde luego, la nueva evangelización, como toda evangelización cristiana auténtica, debe distinguirse por la esperanza. En efecto, la esperanza cristiana es la que sostiene el anuncio de la verdad liberadora de Cristo, reaviva las comunidades de fe y enriquece la sociedad con los valores del evangelio de la vida, que defiende siempre la dignidad de la persona humana y promueve el bien común. De este modo, la vida cristiana misma se revitaliza y las iniciativas pastorales se orientan más fácilmente hacia su verdadera finalidad:  la santidad. De hecho, la santidad es un aspecto intrínseco y esencial de la Iglesia:  gracias a la santidad tanto las personas como las comunidades se configuran con Cristo. A través del bautismo, el creyente entra en la santidad de Dios mismo, al ser incorporado a Cristo y transformado en morada de su Espíritu. Por tanto, la santidad es un don, pero un don que, a la vez, se convierte en tarea, un compromiso "que ha de dirigir toda la vida cristiana" (Novo millennio ineunte, 30). Es un signo del auténtico seguimiento de Cristo, accesible a todos los que desean verdaderamente seguir a Jesús con todo su corazón, con toda su alma y con toda su mente (cf. Mt 22, 37).

3. El concepto de santidad no se debe considerar algo extraordinario, algo que supera los límites de la vida normal de todos los días, porque Dios llama a su pueblo a vivir una vida santa en las circunstancias ordinarias en las que se encuentra:  en el hogar, en la parroquia, en el lugar de trabajo, en la escuela y en el campo de juego. Hay muchas cosas en la sociedad que alejan a la gente —a veces intencionalmente— de la búsqueda de la santidad, difícil pero muy satisfactoria. Como pastores de almas, no debéis desanimaros jamás en vuestros esfuerzos por orientar cada vez más a la comunidad cristiana, y toda la vida cristiana, a lo largo del camino de la santidad. Por tanto, la formación de vuestra grey en una santidad práctica y gozosa, en el contexto de una espiritualidad sana y teológicamente fundada, debe ser una prioridad pastoral (cf. Congregación para el clero, instrucción El presbítero, pastor y guía de la comunidad parroquial, n. 28). Esto requiere la participación comprometida de todos los sectores de la vida diocesana. El trabajo realizado por los sacerdotes, los diáconos, los religiosos y los laicos en las parroquias y en las escuelas, así como en los campos de la asistencia sanitaria y el servicio social, constituye una inestimable contribución para lograr la santidad de vida a la que todos los fieles están llamados. Podría resultar particularmente útil promover la participación activa de las comunidades monásticas y de las demás comunidades de vida consagrada, de acuerdo con la finalidad propia de sus carismas y sus apostolados particulares, especialmente en proyectos destinados a la formación de los jóvenes en la escuela de santidad.

4. Un aspecto importante de la nueva evangelización es la exigencia, profundamente sentida, de la evangelización de la cultura. Las culturas humanas no son estáticas, sino que están en constante evolución a través de los contactos que las personas tienen unas con otras y a través de las nuevas experiencias que comparten. La comunicación de valores es lo que permite a una cultura sobrevivir y florecer. El ambiente cultural mismo impregna la vida de la fe cristiana, la cual, a su vez, contribuye a plasmar el ambiente. Por consiguiente, los cristianos están llamados a llevar la inmutable verdad de Dios a toda cultura. Y puesto que "el pueblo de los bautizados se distingue por una universalidad que sabe acoger cada cultura", hay que ayudar a los fieles a favorecer el progreso de todo lo que hay de implícito en las diferentes culturas "hacia su plena explicitación en la verdad" (Fides et ratio, 71).

En las sociedades donde la fe y la religión se consideran algo que debería limitarse a la esfera privada y que, por tanto, no tiene cabida en el debate público o político, es más importante aún que el mensaje cristiano se comprenda claramente por lo que es:  la buena nueva de verdad y amor que libera al hombre y a la mujer. Cuando los cimientos de una cultura específica se apoyan en el cristianismo, la voz del cristianismo no puede silenciarse sin que se empobrezca seriamente esa cultura. Por otra parte, si la cultura es el contexto en el que la persona se trasciende a sí misma, desplazar al Absoluto de dicho contexto, o marginarlo como irrelevante, constituye una peligrosa fragmentación de la realidad y origina crisis, porque la cultura ya no es capaz de presentar a las generaciones más jóvenes la fuente de significado y de sabiduría que en definitiva buscan. Por esta razón, los cristianos deberían estar unidos en diakonía con la sociedad:  con un auténtico espíritu de cooperación ecuménica, a través de vuestra participación activa, los discípulos de Cristo no deben dejar de hacer presente en todas las áreas de la vida —pública y privada— la luz que la enseñanza del Señor irradia sobre la dignidad de la persona humana.

Esta es la luz de la verdad, que disipa las tinieblas de los intereses egoístas y de la corrupción social, la luz que ilumina el camino de un desarrollo económico justo para todos. Y los cristianos no están solos en la tarea de hacer que esta luz brille cada vez con más claridad en la sociedad. Vuestras comunidades católicas, juntamente con los hombres y las mujeres de otras creencias religiosas y con las personas de buena voluntad, con quienes comparten valores y principios comunes, están llamadas a trabajar por el progreso de la sociedad y por la coexistencia pacífica de los pueblos y las culturas. Por tanto, el compromiso y la colaboración interreligiosos son también un medio importante para servir a la familia humana. En efecto, cuando en el debate público no se permite que brille la luz de la verdad, el error y el engaño se multiplican fácilmente y a menudo llegan a predominar en las decisiones políticas. Esta situación resulta aún más crítica cuando los que han perdido o abandonado la fe en Dios atacan la religión:  puede surgir una nueva forma de sectarismo, lo cual es tan amargo como trágico, añadiendo un ulterior elemento de división en el seno de la sociedad.

5. En la tarea de la nueva evangelización, debéis estar atentos y mostrar gran solicitud de manera muy especial por los jóvenes. Son la nueva generación de constructores, que responderán a la aspiración de la humanidad de una civilización del amor caracterizada por una libertad verdadera y una paz auténtica. En la Jornada mundial de la juventud celebrada el año pasado en Toronto, les encomendé con confianza esta tarea, y os animo a vosotros a hacer lo mismo, prestándoles toda la ayuda posible para afrontar este desafío. Me complace ver en vuestras relaciones que los jóvenes de Escocia están mostrando entusiasmo por su fe y un deseo cada vez mayor de encontrarse y trabajar con vosotros, sus obispos. La Iglesia, como madre y maestra, debe guiarlos hacia un conocimiento y una experiencia cada vez más plenos en la fe de Jesús de Nazaret, pues sólo Cristo es la piedra angular y el fundamento seguro de su vida; sólo él les permite abrazar plenamente el "misterio" de su vida (cf. Fides et ratio, 15).

Las poderosas fuerzas de los medios de comunicación social y la industria del espectáculo se dirigen en gran parte a los jóvenes, que se descubren a sí mismos como el objetivo de ideologías opuestas que tratan de condicionar e influir en sus actitudes y acciones. Se crea confusión en los jóvenes, acosados por el relativismo moral y el indiferentismo religioso. ¿Cómo pueden afrontar la cuestión de la verdad y las exigencias de coherencia en el comportamiento moral cuando la cultura moderna les enseña a vivir como si no existieran valores absolutos, o les dice que se contenten con una vaga religiosidad? La pérdida generalizada del sentido trascendente de la existencia humana lleva al fracaso en la vida moral y social. Vuestra tarea, queridos hermanos en el episcopado, es mostrar la enorme importancia para los hombres y mujeres contemporáneos —y para las generaciones más jóvenes— de Jesucristo y su Evangelio, puesto que en él encuentran su realización las aspiraciones y necesidades más profundas del hombre. Es necesario escuchar de nuevo el mensaje salvífico de Jesucristo en todo su vigor y su fuerza, para experimentarlo y gustarlo plenamente.

6. Al hablar de la nueva evangelización, no presentamos un "nuevo programa", sino que acogemos una vez más la llamada del Evangelio tal como se ha encarnado en la tradición viva de la Iglesia. Sin embargo, la revitalización de la vida cristiana requiere iniciativas pastorales adaptadas a las circunstancias actuales de cada comunidad, basadas en el diálogo y plasmadas por la participación de los diversos sectores del pueblo santo de Dios. El esfuerzo común de obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y laicos es esencial para afrontar cuestiones de gran importancia no sólo para la Iglesia, sino también para toda la sociedad escocesa. El matrimonio y la vida familiar representan dos ámbitos en los que esta cooperación no sólo es conveniente sino también necesaria. A este respecto, me complace saber que se celebrará próximamente una reunión de los obispos de Escocia con instituciones implicadas en estos mismos campos. Las fuerzas unidas de todos los fieles serán particularmente valiosas para afrontar otro asunto:  la acogida que deben dar vuestras comunidades a los refugiados y a los que piden asilo, especialmente a través de programas destinados a la asistencia, a la educación y a la integración social. Del mismo modo, el proceso de consulta y planificación que habéis emprendido con respecto a la cuestión de los seminarios escoceses demuestra la importancia de la colaboración al tratar urgentes cuestiones relativas a la Iglesia en el ámbito nacional, diocesano o local.

7. La formación sacerdotal sigue siendo, naturalmente, una de vuestras principales prioridades. Es esencial que los candidatos al sacerdocio estén firmemente arraigados en una relación de profunda comunión y amistad con Jesús, el buen Pastor (cf. Pastores dabo vobis, 42). Sin esta relación personal, a través de la cual tenemos un "trato de corazón a corazón con nuestro Señor" (instrucción El presbítero, pastor y guía de la comunidad parroquial, n. 27), faltaría la búsqueda de la santidad, que caracteriza al sacerdocio como vida de intimidad con Dios, y se empobrecería no sólo el sacerdote como persona, sino también la comunidad entera. Hoy, más que nunca, la Iglesia necesita sacerdotes santos, cuyo camino diario de conversión inspire en otros el deseo de buscar la santidad que todo el pueblo de Dios está llamado a perseguir (cf. Lumen gentium, 39). Los hombres que se están formando para el sacerdocio, dado que se preparan para ser instrumentos y discípulos de Cristo, Sacerdote eterno, deben recibir ayuda en su esfuerzo por vivir una vida verdaderamente caracterizada por la pobreza, la castidad y la humildad, a imitación de Cristo, sumo y eterno Sacerdote, de quien han de convertirse en iconos vivos (cf. Pastores dabo vobis, 33).

En este mismo contexto, podemos observar que la formación permanente del clero se considera con razón como parte integrante de la vida sacerdotal. En mi exhortación apostólica postsinodal Pastores dabo vobis ya comenté y desarrollé ulteriormente la exhortación del concilio Vaticano II a la formación posterior al seminario (cf. Optatam totius, 22). Sin repetir todo lo que escribí en ese documento, quisiera destacar que "la formación permanente de los sacerdotes, tanto diocesanos como religiosos, es la continuación natural y absolutamente necesaria del proceso de estructuración de la personalidad presbiteral" (n. 71). Os exhorto a considerar siempre a vuestros sacerdotes como "hijos y amigos" (Christus Dominus, 16), y a preocuparos por su bienestar en los aspectos humano, espiritual, intelectual y pastoral de su vida sacerdotal. Estad a su lado, escuchadlos y promoved la fraternidad y la amistad entre ellos.

8. Queridos hermanos en el episcopado, estas son algunas de las reflexiones que suscita en mí vuestra visita a las tumbas de los Apóstoles. Con gratitud y afecto las comparto con vosotros, y os aliento a cada uno en vuestra misión de "verdadero padre" para vuestro pueblo, a imagen del buen Pastor, "que conoce a sus ovejas y las suyas lo conocen a él" (cf. Jn 10, 14). Os aseguro mis oraciones mientras "proclamáis la Palabra a tiempo y a destiempo, reprendiendo, reprochando y exhortando con toda paciencia y doctrina" (cf. 2 Tm 4, 2). Tenéis el sublime deber de anunciar la buena nueva de la salvación en Jesucristo:  cumplidlo con la certeza de que el Espíritu Santo sigue guiándoos e iluminándoos siempre. El mensaje de esperanza y de vida que anunciáis suscitará un nuevo fervor y un compromiso renovado en favor de la vida cristiana en Escocia. En este Año del Rosario, os encomiendo a María, "Estrella de la nueva evangelización", para que os sostenga en la sabiduría pastoral, os confirme en la fortaleza y encienda en vuestro corazón el amor y la compasión. A vosotros y a los sacerdotes, diáconos, religiosos y fieles laicos de vuestras diócesis, imparto de corazón mi bendición apostólica.

 



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