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JUAN PABLO II

Discurso durante la ceremonia de despedida en el aeropuerto de Abuja

Lunes 23 de marzo 1998

  

General Sani Abacha;
venerados hermanos en el episcopado;
autoridades de la Iglesia y del Estado;
amado pueblo de Nigeria:

1. Hace más de dieciséis años, me encontraba en el aeropuerto Murtala Mohammed de Lagos, despidiéndome del presidente Shehu Shagari y de las autoridades de la Iglesia y del Estado, después de una inolvidable visita pastoral a vuestro país. En aquella ocasión pregunté: «¿Tendré tiempo en el futuro para visitar Nigeria de nuevo? ¿Dispondrá la Providencia de Dios omnipotente y misericordioso que venga de nuevo a besar vuestra tierra, abrazar vuestros niños, alentar a vuestros jóvenes y hablar una vez más con amor y afecto de este noble pueblo y de vuestro país?» (Discurso de despedida, n. 2: cf. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de febrero de 1982, p. 19).

Repetí esa oración y ese deseo muchas veces durante los últimos años. Ahora puedo dar gracias a Dios porque mis oraciones han sido escuchadas y me ha sido posible realizar esta nueva visita, breve pero fructuosa, a vuestro amado país. Os aseguro a todos que, de la misma forma que aún recuerdo con afecto mi visita anterior, también estos pocos días tendrán un lugar especial en mi memoria y en mi corazón.

2. Ahora ha llegado de nuevo el momento de la despedida. Agradezco a su excelencia el jefe del Estado, a los miembros del Gobierno y a su equipo de colaboradores la cordial acogida y la sincera bienvenida. Os doy las gracias a vosotros, obispos católicos de Nigeria, y a todos los sacerdotes, los religiosos y los fieles laicos, que habéis participado con tanta alegría en la beatificación del padre Cipriano Miguel Iwene Tansi y en otros momentos de mi breve estancia entre vosotros. Agradezco a los pilotos y a los conductores, a los encargados de la seguridad y a los defensores de la paz, así como a los profesionales de los medios de comunicación social, que han empleado su tiempo y sus capacidades para hacer que esta visita fuera un éxito.

Renuevo mi estima y mi gratitud a los representantes de las demás Iglesias y comunidades eclesiales cristianas, que han participado en los eventos de estos días. En el umbral del tercer milenio, nuestra amistad y nuestra colaboración ecuménicas deben ser cada vez más intensas; una actitud de confianza y respeto debe caracterizar a todos los discípulos de Cristo, mientras caminamos por la senda de una comprensión y de una ayuda recíproca cada vez mayores.

Expreso también mi agradecimiento a los miembros de la comunidad musulmana por su presencia y su participación. Pido a Dios que el compromiso de los cristianos y los musulmanes por crear vínculos de conocimiento y de respeto recíprocos crezca y dé frutos, para que todos los que creen en el único Dios trabajen juntos por el bien de la sociedad, en Nigeria y en el mundo.

Asimismo, deseo dirigir unas palabras de estima en particular a los seguidores de la religión tradicional africana, asegurándoles que la Iglesia católica, a través de sus esfuerzos por inculturar el Evangelio, trata de destacar los elementos positivos de la herencia religiosa y cultural de África y construir a partir de ellos.

3. Queridos hermanos y hermanas católicos, conozco y he experimentado de nuevo vuestro deseo de colaborar con vuestros compatriotas a fin de promover una mayor justicia y una vida mejor para vosotros y para vuestros hijos. Los tiempos están maduros para que vuestra nación reúna sus riquezas materiales y sus energías espirituales, superando todo lo que es causa de división, a fin de que reinen la unidad, la solidaridad y la paz. Quedan aún muchas dificultades por afrontar, y no conviene subestimar el duro trabajo que es preciso realizar. Pero no estáis solos en esta importante empresa: el Papa está con vosotros, la Iglesia católica os apoya, y Dios mismo os dará la fuerza y el valor para construir un futuro luminoso y duradero, basado en el respeto de la dignidad y de los derechos de todo ser humano.

Al despedirme de vosotros, hace dieciséis años, dirigí mis últimas palabras a los niños de Nigeria, recordándoles que Dios los ama y que reflejan el amor de Dios. Esos niños ya han crecido y probablemente muchos de ellos, a su vez, tienen hijos; pero el mensaje que dejo hoy es el mismo que dejé entonces. Los niños y los jóvenes de África deben ser protegidos de las terribles penalidades que sufren miles de víctimas inocentes, obligadas a convertirse en refugiados, abandonadas al hambre o impíamente raptadas, maltratadas, esclavizadas o asesinadas. Todos debemos trabajar por un mundo en que ningún niño sea privado de la paz y de la seguridad, de una vida familiar estable, del derecho a crecer sin miedo y sin ansiedad.

4. Deseo que sepáis que Nigeria y todos los nigerianos están siempre presentes en mis oraciones. Dios todopoderoso, Señor de la historia, os dará la sabiduría y la perseverancia para proseguir con valentía en la promoción del desarrollo y la paz. Vuestro país posee los recursos necesarios para eliminar los obstáculos que entorpecen el progreso y para edificar una sociedad justa y armoniosa. Deseo también renovar el llamamiento que he dirigido en varias ocasiones a la comunidad internacional, para que no ignore las necesidades de África, y para que coopere con vosotros y, con un espíritu de creciente colaboración, sostenga todos los esfuerzos encaminados a asegurar el desarrollo y el crecimiento pacífico del continente. Todos los nigerianos deben poder sentirse orgullosos de su nación; todos deben participar en la construcción del futuro. Esta es la oración que dirijo a Dios todopoderoso por vosotros.

Dios bendiga a Nigeria y a todos los nigerianos. Dios sostenga a todos los pueblos de África.

  



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