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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON OCASIÓN DE UN CONGRESO SOBRE EL ROSTRO DE CRISTO

 

Al venerado hermano cardenal
FIORENZO ANGELINI
Presidente emérito del Consejo
pontificio para los agentes sanitarios

1. La celebración en Roma del VI congreso anual organizado por el Instituto internacional de investigación sobre el rostro de Cristo, me ofrece la ocasión, señor cardenal, de enviarle mi saludo cordial y expresarle mi viva satisfacción por la nueva contribución que el encuentro dará al estudio de ese importante tema. Con ejemplar tenacidad y creciente entusiasmo usted, venerado hermano, valiéndose de la colaboración de la benemérita congregación benedictina de las religiosas Reparadoras del Santo Rostro de Nuestro Señor Jesucristo, sigue estimulando así a ilustres estudiosos de todas las partes del mundo, con gran preparación cultural, a profundizar un tema de tan importante eficacia evangelizadora. En efecto, "el reino de Dios no es un concepto, una doctrina o un programa sujeto a libre elaboración, sino que es ante todo una persona que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible" (Redemptoris missio, 18).

Asimismo, no puedo dejar de manifestarle, señor cardenal, mi gratitud y mi aprecio por haber elegido, este año, como tema de profundización de la doctrina, de la espiritualidad y de la devoción al Santo Rostro de Cristo, el magisterio y el ministerio pastoral que he desempeñado al respecto:  un magisterio y un ministerio que, desde la primera encíclica, Redemptor hominis (4 de marzo de 1979), hasta los documentos más recientes, ha privilegiado fuertemente esta referencia particular a la persona de Cristo.

Al término del gran jubileo del año 2000 reafirmé:  "¿No es cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer que su rostro resplandezca también ante las generaciones del nuevo milenio? Nuestro testimonio sería enormemente deficiente si no fuésemos nosotros los primeros contempladores de su rostro" (Novo millennio ineunte, 16).

2. Al favorecer con celo e inteligencia la aportación de tantos ilustres estudiosos, investigadores, teólogos, escritores y artistas al estudio del rostro de Cristo, el Instituto internacional de investigación da una significativa contribución de comprobada autoridad a la presentación de la figura humana y divina de Cristo, ayudando al progreso del conocimiento, tanto en el ámbito de la reflexión teológica como en el de la actividad pastoral.

En el ámbito de la reflexión teológica, pues, dado que "el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado" (Gaudium et spes, 22), el estudio sobre el rostro de Cristo, prefigurado en los Salmos y en los Profetas y descrito con riqueza de expresiones en el Nuevo Testamento, se convierte en vía e introducción a un conocimiento cristológico y antropológico cada vez más profundo. Además, en el ámbito de la actividad pastoral, puesto que en el rostro de Cristo, sufriente y resucitado, la Iglesia, maestra de humanidad, reconoce el rostro más verdadero y más profundo del hombre, al que Cristo ofrece redención y salvación. Por tanto, la contemplación del rostro de Cristo recupera y vuelve a proponer la teología vivida de los santos, que podemos considerar como el testimonio más iluminador del verdadero seguimiento de Jesús y como el apoyo más valioso para una eficaz catequesis cristiana en nuestro tiempo.

Por otra parte, no puede pasar inadvertido, señor cardenal, el valor ecuménico de la contemplación del rostro de Cristo:  en la búsqueda cada vez más profunda de esos santos rasgos, Oriente y Occidente se encuentran y se integran, como lo demuestran las contribuciones al respecto ilustradas en los congresos que el Instituto internacional de investigación sobre el rostro de Cristo ha dedicado a este tema.

3. Al expresar mis mejores deseos de que este VI congreso sobre el rostro de Cristo sea fecundo en frutos de bien, le ruego, señor cardenal, se haga intérprete de mi presencia espiritual en los trabajos del congreso, transmitiendo mi saludo y mi felicitación a los ilustres relatores, a los participantes y a cuantos, de diversas formas, sostienen la actividad y las iniciativas de ese Instituto internacional. En particular, le ruego transmita mi afectuoso apoyo a las hermanas de la congregación benedictina de las religiosas Reparadoras del Santo Rostro de Nuestro Señor Jesucristo, que con encomiable devoción lo ayudan en su acción siempre diligente.

Encomendando a la intercesión celestial de la santísima Virgen su trabajo, venerado hermano, y el de cuantos de diferentes modos participan en el congreso, envío de corazón a todos una especial bendición apostólica.

Vaticano, 19 de octubre de 2002

JUAN PABLO II



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